«La poesía no es nada sino tiempo,
ritmo perpetuamente creador»
Octavio Paz[1]
Poesía sucede. Se abre paso. Presencia misteriosa, sonido antiguo, ritmo seductor, movimiento eterno, imagen viva y libre. Aguarda y persiste. Territorio primigenio, estado de gracia, pesadilla, revelación, rugido perturbador que despierta el corazón. Brota. De la nada nace y todo lo puebla. Del canto astral del universo y sus aguas inconscientes. De las entrañas y los huesos. Del sabroso delirio de las letras. Aquí, adónde, acaso, amor. Recibo y hago lo que puedo para transformar aquello en palabras. Encantamiento e inspiración. Viento fugaz. Río y fuego indecibles. Irruptora y maldita voz atravesando el mundo y sus raíces. Aparece y desaparece. Agradezco. Experiencia sagrada, juego y conjuro. Comunión y fiesta, silencio y contemplación. Dolor, soledad, belleza convulsa, vieja quimera, fecundo y transformador acto de fe.
En poesía todo tiene vida propia, las cosas no son telón de fondo, ni objetos o instrumentos, son realidad psíquica manifestada en imaginación. Todo respira y ofrece alma en cada suceso, habla en cada silencio y detalle, acontece en sucesión permanente, unión y separación, inspiración y espiración. Vaivén de llamadas y respuestas. Continuo hacerse, acción presente y devenir. Todo posee una fisonomía que manifiesta una imagen interior, se muestra, se anuncia, mira, siente, escucha y dice a través de cualidades sensibles: forma, color, textura, ritmo, movimiento, sonido, olor, sabor, temperatura. Espacio vibrante, dotado de chispa y de imagen creadora. Incesante expresión y amor por la palabra.
Poesía es sensorialidad abierta a la presencia en sus inagotables versiones. Desde ella observo, huelo, palpo, lamo, escucho en resonancia. Experimento delicadas sensaciones desde la piel, los ojos, la nariz, la lengua, los oídos, los órganos internos, los fluidos que me habitan y sustentan, desde cada una de las células de mi sistema nervioso. Activo mis sentidos y los trasciendo. Aprecio con atención y precisión las cosas desde un sentido animal. Soy portal, vía, cauce, cavidad, canal de recibimiento. Me hago horizonte, espacio vacío, zona informe, territorio disponible. Me vuelvo «entre», donde algo puede suceder y surgir. Me hago valle, apertura entre dos montañas, donde el río sabe fluir. Me torno puente que une, eje y punto fijo que sostiene y se extiende. Sigo mis sentidos «con la confianza con que seguiríamos a nuestra perra si nos hubiésemos extraviado en el bosque y fuera hora de regresar a casa»[2]
Advenimiento y latido. Como simple y asombrada criatura recibo sus señales. Lentamente, diversos rastros yacen ante mí. Afino mi imaginación a través de un entendimiento sensible. Acojo las cosas como son y su voz se desnuda a partir de la belleza y el terror presentes en su apariencia. Su imagen es señal de su ser. El mundo me ofrece compañía, me mira y me conversa. Una visión encantada me sostiene. Mi corazón se agita, abraza las imágenes, siente y aviva los sueños. Nombro lo que tengo delante. Respondo desde un ímpetu que se queda sin aliento al olfatear y oír las confesiones de las cosas. El canal se abre, algo entra y se despliega innombrable ante mí. Sucede. Se queda por un tiempo impredecible. A veces, es gozo y deleite; otras, sufrimiento y malestar. Admiro el mundo, me estremezco ante sus ecos y sucumbo ante su dolor. Alimento o veneno. Caricia o golpe. Siempre en transformación. Adiestro mis sentidos. Preparo la artillería pesada, aguzo mi alfabeto y la poesía irrumpe realzando el universo y salvándolo de morir.
En poesía el misterio conmueve mis sentidos y soy parte de él. La imagen viva del cosmos se muestra ante mí como energía extraña. Mi corazón se estremece. Las cosas, sin dejar de ser ellas mismas, se convierten en algo diferente. Ese es su regalo: experiencia vital, sensibilidad a flor de piel capaz de hacernos sentir parte de ese gran secreto vivo que da fe de sí mismo a través de interminables imágenes. Ese es su gran legado: una forma de ser y estar vivos, los sentidos abiertos a la fascinación, siempre dispuestos a responder desde la acción creadora de las palabras.
Dejo la página en blanco vacilar por un momento. Espío su rictus pálido y demente. Casta y soberana transparencia. Silencio. Música. Pulcra insensatez de la desdicha. A veces callas, cansada de nombrar. Olvidas tus trazos, trastabillas. Asustados tus ángulos escapan en un festín de letras y sonidos dniv…hol..hj…cew..atkkn…pwx… Bendita poesía. ¿a dónde has ido? Sonámbula asomo mis pasos. ¡Te invoco!
[1] Paz, O. (2015). El arco y la lira, p. 26. México DF, México: Fondo de Cultura Económica.
[2] Milán, E. (2005). Acción que en un momento creí gracia, p. 10. Tarragona, España: Igitur.